(BBC) Apenas han pasado unos meses desde que de repente, como si nada hubiese pasado, la fiebre por la balsa de Ecuador se calmó. Pero las consecuencias de dos años de extracción frenética de esta madera son visibles y preocupantes.
La demanda se disparó porque inversores chinos, animados por un subsidio estatal, llegaron con mucho dinero para hacerse con toneladas de esta madera, demandada para fabricar aspas de generadores eólicos.
La urgencia por la materia y la falta de vigilancia del gobierno ecuatoriano debido a las restricciones por la pandemia contribuyeron a desatar el caos, entre otros territorios,en la provincia de Pastaza, una de las zonas de mayor riqueza natural de la Amazonía y donde se concentran decenas de miles de hectáreas de esta especie.
El boom de la balsa (conocida como balso en otros países) llena los bolsillos de muchos, pero también deja problemáticas a su paso.
La tala frenética de los últimos meses amenazó el hábitat de animales protegidos, aumentó la extracción ilegal, precarizó trabajadores y dividió comunidades indígenas.
«Fue un desastre«, describe Pablo Balarezo, coordinador de economía forestal de la Fundación Pachamama en Ecuador.
Las comunidades indígenas de la zona, dueñas ancestrales de muchas de las hectáreas donde se tala la balsa, activistas y empresarios piden al Estado que intervenga, regularice más el sector y le proteja de los daños que algunos temen irreversibles.
El ministerio del Ambiente y Agua de Ecuador ha realizado operativos para interceptar el desplazamiento y tala ilegal de balsa, pero varias asociaciones opinan que el esfuerzo no ha sido suficiente.
Qué es la balsa y para qué se utiliza
La balsa es un árbol que crece en bosques tropicales, a una altura de entre 300 y 1.000 metros.
«En Sudamérica la encuentras en la cordillera de los Andes, la Amazonía, Perú, Colombia, Venezuela o Panamá. Al norte, encuentras balsa en Costa Rica y también en el sur de México», cuenta Ricardo Ortiz, quien se dedica a la exportación de balsa desde hace más de 25 años.
De la balsa se obtiene una madera ligera, y cada árbol ofrece un rendimiento considerable dado que puede llegar a medir entre 25 y 30 metros. Por lo general, muere a los 6 o 7 años, pero «para sacarle el máximo beneficio se corta a los 3 o 4 años, cuando su madera alcanza la mejor calidad», dice Pablo Balarezo.
La balsa se usa fundamentalmente para fabricar las aspas de generadores de energía eólicos.
Dice Ortiz que a medida que los países más ricos buscan fuentes renovables de energía, la demanda de balsa ha aumentado en Ecuador.
«En la última década ha ido creciendo, pero nada se compara a lo que se ha vivido en los últimos dos años, desde que China se metió fuerte en el mercado. Lo de 2020 ha sido un frenesí. Se descontroló»
La fiebre de balsa
Como cuenta Ortiz, en los últimos años China ha puesto miles de millones en subsidios para incentivar la instalación de paneles solares y generadores de viento por todo el país.
Son muchos generadores de viento por fabricar y para eso, claro, hace falta mucha balsa.
Ecuador es el vendedor número uno de balsa en el mundo. Ricardo Ortiz estima que exporta el 75% del total de esta madera en todo el planeta. China, Estados Unidos y Europa son los principales compradores.
«En 2019 y 2020 vi algo sin igual en 25 años que llevo en este negocio. Los chinos llegaron con mucho dinero a hacerse con toda la balsa que podían. El precio de la materia prima se triplicó. Mucha gente pobre que vive en las zonas de mayor concentración de la especie ha hecho mucho dinero», describe Ortiz.
El «frenesí» se incentivó aún más en el segundo cuarto de 2020, cuando se relajaron los confinamientos, China anunció la reducción de subsidios y los inversores se apuraron más que nunca para hacerse con la madera.
«Se llevaban la balsa hasta en aviones. Les salía más caro fletar los vuelos que comprar la materia. Con eso te lo digo todo», dice Ortiz.
El empresario explica que los compradores de Estados Unidos y Europa adquieren madera certificada y cumplen más los contratos a rajatabla. Los chinos, dice, trabajan más en oleadas y funcionan algo «más desorganizado», lo cual también contribuyó al aluvión de demanda.
La necesidad de balsa y sus incontestables ganancias han atraído a muchos más actores al negocio que las empresas tradicionales que ya se dedicaban a ello.
Las comunidades indígenas también sacan rédito y «mafias fuera de Ecuador actúan de intermediarias y lavan dinero para explotar la balsa», denuncia Balarezo de la Fundación Pachamama.
Por una pieza de alrededor de un metro y medio de esta madera se ha llegado a pagar entre 10 y 12 dólares.
Un problema medioambiental…y social
La extracción de balsa por sí misma no es un problema grave de deforestación. Es una especie primaria y crece tan rápido que donde hay un árbol cortado vuelve a crecer otro que alcanza 20 metros en unos cuatro años.
La «preocupación», coinciden empresarios, representantes indígenas y medioambientalistas, es cuando se va de la manos sin que haya suficiente vigilancia estatal.
«Con tanto boom, la balsa se ha explotado sin la técnica que requiere. Se ha desperdiciado madera y por accidente y desconocimiento se han talado otros árboles que sí son críticos», dice Balarezo.
Muchas de las zonas de balsa son hábitat de animales protegidos como el jaguar, tortugas, diversas especies de aves y otros mamíferos.
«Al talarla sin control amenazas hábitats muy delicados. El ecosistema de Pastaza es uno de los más ricos y conservados del Ecuador. Estamos jugando con fuego», explica Balarezo.
El experto también advierte que las mafias camuflan maderas finas de otros árboles en los camiones cargados de balsa.
«Fue algo que documenté y quise avisar en febrero de 2020, pero me vieron y amenazaron con una pistola en el pecho. Tuve que borrar las fotos. Esta gente es muy peligrosa».
«División y descomposición dentro de las comunidades indígenas»
La fiebre de la balsa ha generado conflictos y divisiones entre las comunidades indígenas que pueblan la cuenca del largo río Pastaza.
El negocio ha traído dinero, «y muchas comunidades indígenas muy pobres, dueñas del territorio, lo están aprovechando», dice Ortiz, el negociante de madera.
Pero los billetes «corrompen» y algunos los están usando de «mala manera», generando problemas de drogadicción, alcoholismo y «descomposición» social.
«Muchos jóvenes indígenas, con el nuevo dinero de la balsa, se están yendo a las ciudades a gastárselo en fiesta. No es que el capital de la extracción se esté usando con buen fondo social», denuncia por su parte Andrés Tapia, del equipo de comunicación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae).
No es eso, sin embargo, lo que más le preocupa.
«Nuestra principal amenaza es la división social. Se generó mucha polarización entre los que querían trabajar por necesidad y los que se oponen al extractivismo. Muchos se pronunciaron en contra y prohibieron que se extrajera, pero otros, a cuenta individual, ignoraron estos pronunciamientos», dice Tapia.
Fuente de ingresos, pero también origen de precarización
Balarezo y Tapia, si bien reconocen que el boom de balsa supuso una fuente de ingresos importante para muchas familias, también admiten que esta trajo precarización laboral.
«En muchas ocasiones se negocia directamente con las comunidades indígenas y estas, al no tener alternativas, aceptan condiciones injustas«, describe Balarezo.
«Es cierto que les pagan por la madera, pero si tomas en cuenta todo el esfuerzo de mano de obra, tampoco es que lo que reciban sea justo. Los intermediarios que llevan la balsa a ciudades como Guayaquil y Quevedo se llevan la mayor parte», agrega.
«Mis trabajadores están formalizados, pero la extracción masiva en el oriente por parte de los indígenas no está nada regularizada«, denuncia Ortiz.
El descontrol y la penetración de los intermediarios desde las grandes ciudades en un año de pandemia también provocó, agrega Tapia, que el virus se diseminara fatalmente entre los poblados del Amazonas.
Oportunidad económica, pero si el Estado interviene
En medio de lo que muchos han considerado como una crisis medioambiental y social, las fuentes consultadas por BBC Mundo coinciden en que, siendo controlada y gestionada por las autoridades, la tala de balsa puede ser una oportunidad económica importante.
Es cierto que el boom de 2020 está ahora apagado, pero por ello se piensa que es el momento idóneo para planificar esta actividad.
Las principales potencias buscan abastecerse de fuentes renovables de energía y reducir progresivamente la huella de carbono.
«Ante tal demanda, un árbol como la balsa, que se regenera rápido, puede ofrecer mucha rentabilidad sin perjudicar gravemente al medioambiente», apunta Ortiz.
«Si el Estado controla y la tala se hace de forma sostenible y amigable es una gran oportunidad. Por ello estamos tratando de impulsar la balsa amazónica en zonas degradadas y así bajar la presión en territorios que sufrieron mucho», comenta Balarezo.
Ortiz, además, pide más inversión en infraestructuras.
«Europa y Estados Unidos llevan mucho tiempo comprando, pero no es que se haya invertido mucho en el país. Es cierto que hacen falta decenas de millones para sembrar y construir, pero la rentabilidad podría ser espectacular», asegura el empresario.